En esta ocasión hablaremos de un tema
que personalmente me fascina, la leyenda de la Condesa, analizaremos varios
puntos sustanciales junto con otra leyenda de la región, para determinar el
verdadero personaje que habito la Hacienda de San Cristóbal, y haremos una
pequeña reseña de sus habitantes en los siglos XVII y XIX. Solo necesito que
estén atentos. Les dejo copia de la leyenda de la Condesa de José Zavala Paz.
LA CONDESA DEL PEDREGUERO.
La tarde agonizaba, Acámbaro con
profundo fervor religioso y con ejemplar veneración recordaba en aquellas
últimas horas del Viernes Santo la muerte del Redentor.
Un hombre ingenuo y sencillo llamado
Pantaleón volvía con el alma contrita hacia su casa. Dejando la ciudad a sus
espaldas había cruzado el río Lerma y estaba ya a las puestas de una vetusta
mansión. Pero antes de penetrar en tan ruinoso caserón conocido con el nombre
de “San Cristóbal”, sentase a descansar en un poyito de piedra que a la entrada
había.
Una bruma gris entoldaba el cielo y un
calor sofocante asfixiaba la tierra. Agobiado por el bochorno y la fatiga
Pantaleón empezaba a quedarse dormido cuando presentóse ante él
intempestivamente una distinguidísima dama, que a juzgar por sus
exterioridades, de alta alcurnia era aquella mujer: ¿Pero quién podría ser
aquella dama tan bella, tan rica y tan gentilmente ataviada? Pantaleón nunca
tuvo respuesta a su pregunta; pero un desocupado curioso molestando amigos,
consultando peritos descifrando empolvados pergaminos e imaginando gran parte
de lo no visto ni contado, refiere así a la historia de aquella peregrina y
celebérrima mujer.
Era la condesa del Pedreguero.
Parece que la condesa fué hija
bastarda de un noble francés de los brillantes tiempos de Luis XIV de Francia. A
estas tierras vino posiblemente con el séquito del Duque de Albuquerque o con
el sucesor de éste, con el Duque de Linares y Marqués de Valdefuentes D.
Fernando Alencastre Noreña y Silva, Virreyes de la Nueva España, a principios
del siglo XVIII.
La condesa vivía con mil
extravagancias y locuras. Era el centro de las coqueterías y aventuras amorosas
y muy pronto fue el blanco y comidilla de todos: la mujer más escandalosa que
arrastraba siempre su vida en las delicias de amores vergonzosos. La Condesa
abandonó un día la corte y la ciudad y
con pingües rentas y con todo el boato que antaño tenía en la capital,
instalóse en la Hacienda de beneficio de “San Cristóbal” en las goteras de Acámbaro.
Desde ahí regenteaba sus posesiones inmensas que se extendían desde el río
Lerma hasta el río Balsas. Mas la Condesa envejecía a todas luces y, si la
dicha perfecta llega con el atardecer para quien supo emplear con fruto la
jornada, para quien despilfarró lo mejor de su vida llega con el declinar de
los años un vacío y una soledad inmensos que no es fácil llenar. Se dió
entonces en la idea de buscar un marido, ¿Pero quién iba a casarse con ella?
En una de sus muchas haciendas
encontró un joven alto y bien proporcionado, arrogante y muy diestro en las
suertes de torear y lazar, hijo de padre español y de madre mexicana, llamado
Alfonso.
A la Condesa parecióle un hallazgo
del cielo y decidióse a jugar con él su última aventura amorosa. Más ¡no tenía
remedio! ¡Ella debía cortejarlo!
Y volaba su imaginación de Alfonso a
Acámbaro, a un jacalito de las orillas del río Lerma en donde vivía una
mujercita santa y sencilla con la que platicaba cositas de amor, llamada María
del Refugio.
Mas para Alfonso, la Condesa era una
mujer apergaminada y ridícula. Su voz es siempre, aun en materia de amor, autoritaria
y terminante.
Salió de Púcuaro Alfonso hacia
Acámbaro con una carta importantísima de la Condesa al Sr. Cura en la que le
suplicaba que arreglase a la mayor brevedad el matrimonio de que le
hablaría Alfonso. Pero Alfonso raptaría
a María del Refugio, la haría su esposa.
Nadie podría describir el exceso de
rabia que se apoderó de la Iltre. Condesa del Pedreguero. Ella con su orgullo
humillado y su corazón burlado exigía una venganza ejemplar el plan por lo
demás sería bien sencillo se apoderaría de María del Refugio, la lugareña
vulgar que le había suplantado, y una vez que la tuviera en sus manos y la hiciera
sufrir mucho, mucho, atraparía también a
Alfonso.
Pero como lograría está empresa, habíanle
informado que Alfonso había entrado a trabajar con los PP. Franciscanos y que
para ellos labraba unas haciendas en las cercanías de Acámbaro, y que Refugio
vivía en una casita contigua a la tapia del convento, propiedad del monasterio.
Hacer un camino subterráneo desde San Cristóbal a la casa de María del Refugio.
Para ello había un obstáculo que se creyó al principio insuperable, la
impetuosa corriente del río Lerma.
Mas como la empresa era larga y
entretenida, dispuso la Condesa que iría
entretanto a dar una vuelta a sus inmensos dominios para distraer sus impacientes deseos de venganza, fue aquel
viaje indigno de referirse y de contarse en todos lados dejó huella de horror y
de sangre.
Un día llegóse a la Condesa un
correo que le llevaba la feliz noticia de que el camino subterráneo estaba
terminado. Más apenas si pudo hacer algunas jornadas porque enfermó gravemente
y tuvo que guardar cama en Tuxpan Mich. La Condesa vio cómo la vida se le
desvanecía. Era urgente reconciliarse con Dios. Optó entonces por recurrir a un
santo y sapientísimo sacerdote de la Compañía de Jesús, para que escuchase su
confesión. Y por sugerencia del confesor o porque ella espontáneamente se
ofreciese se comprometió a construir tres templos, el de Tuxpan el de Jungapero
y la Parroquia antigua de Zitacuaro. Había que indemnizar larga y crecidamente
a las familias cuyos hijos ella había asesinado. Se fundaría un colegio en
donde se educaran niños indigente; un hospital y un hospicio; un hospedería;
una casa de recogidas; se dotaría muy bien a todas las iglesias de la comarca.
Así las cosas, la Condesa recibió la
visita de la muerte en Tuxpan, en donde hasta hoy en día, en el anexo
parroquial, están sus despojos mortales. Estos descansaron en paz mientras
estuvo cumpliendo la voluntad última de la Condesa. Más vino la expulsión de
los Jesuitas de toda la Nueva España en 1767 y como éstos eran los albaceas del
testamento nadie se cuidó más tarde de cumplir los legados piadosos de la
Condesa que no puede gozar de Dios mientras en alguna forma no se reparen
tantos crímenes. Desde entonces anda desesperada por todos lados, y para
emplear la expresión consagrada por el uso, “anda penando”.
Tal aconteció en la tarde de aquel
Vienes Santo. Doscientos años atrás en aquel mismo día y hora en su regia
mansión de San Cristóbal había cometido atroces crímenes. Ahora, sintiendo
vergüenza y asco por sus pecados, volvía a llorar y lamentar sus pasados
yerros. Pantaleón, pálido, desencajado, sin poder articular palabra salía de
San Cristóbal a llamar a un padre Franciscano del Convento de Acámbaro para que
exorcizase toda la casa porque a no dudarlo habitaban ahí los duendes y las
brujas y quizá todos los demonios.
Así lo escribe Don José Zavala Paz, en su
libro “El Bajío”, donde relata las leyendas más arraigadas de los pueblos del
Bajío mexicano, entre estas se encuentra la leyenda de la “Condesa”
desarrollada en la hacienda de Sn Cristóbal, a las afueras de Acámbaro Gto.
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