El
Corposanto de Santa Columba en Pachuca.
Llegó la hora de revelar la
otra parte, la parte personal, la parte privada, la del ser humano, de la
Condesa de Acámbaro. Que ya quedamos que era la Marquesa de San Francisco y que
su nombre era Doña María Micaela Gregoria Romero de Terreros y Trebuesto. Una
mujer con muchas virtudes y sobre todo defectos.
Se sabe muy poco de la vida de
las cuatro hijas del Conde de Regla, María Micaela, María Ignacia, María
Antonia y María dolores, después de la muerte de su madre Doña María Antonia en
1766, vivieron en la hacienda de San Miguel Regla, junto a su padre, instruidas
en las labores de su sexo, en virtudes cristianas a cargo de instructores
Jesuitas y por la tía solterona Ángela Trebuesto y Davalos hermana de su madre.
Se expresaban de ellas como
mujeres de grandes virtudes:
Coser, tejer, bordar a la
perfección y todo el primor que se puede esperar de la más diestra, esas han
sido las ocupaciones que han dado a las horas que les quedan después de haber
empleado la mayor parte del día en los ejercicios piadosos de orar, de leer
libros devotos, de asistir con toda veneración a Augusto Sacrificio de la Misa
y demás acciones des Cristianismo…
El Conde de Regla no había
olvidado en su testamento a sus cuatro hijas, había instituido para ellas
bienes libres, aquellos que no estaban dentro de los tres mayorazgos, y que se
debían distribuir entre sus cuatro hijas, así ellas tendrían su futuro
asegurado.
A finales del siglo XVIII, la
legislación daba preferencia en derecho a la herencia a los hombres que a las
mujeres y a los mayores respecto a los menores. Cuando Murió Francisco Xavier
Romero el segundo hijo varón a los 16 años en Madrid, el título y Mayorazgo
destinado a su otro hermano José María, paso a María Micaela, la hija mayor de
del Conde de Regla. A la muerte de su padre en 1781, María Micaela no había
cumplido aún los 25 años, y en ausencia de su hermano Pedro Ramón ella asumió
las funciones de albacea y administradora de los bienes de su padre.
Dejando pasar solo los 10 días
reglamentarios al luto riguroso del fallecimiento de su padre Don Pedro Romero,
María Micaela viaja a la Ciudad de México para que el Virrey otorgara el
nombramiento oficial de albacea de los bienes del Conde de Regla y la tutoría
de sus tres hermanas menores. Mientras llegaba su hermano de Madrid, Micaela
seguía administrando la enorme fortuna de su padre, calculada en más de cinco
millones de pesos, que comprendían las minas Real del Monte y Pachuca, tres
grandes haciendas Santa María, San Miguel y San Antonio Regla, y muchas más al
sur de México, Guanajuato, Querétaro y Zacatecas. María Micaela seguía
demostrando su liderazgo al tomar importantes decisiones como solicitar grandes
préstamos para inversiones, saldar deudas pendientes, renovar contratos de
arrendamiento, estuvo atenta a la contabilidad general, inventarios y
liquidación testamentaria de su padre, pidió un préstamo por quinientos mil
pesos a diferentes Hermandades y Capellanías, para liquidar la compra de las
haciendas adicionales al norte de la Nueva España, que el conde había comprado
a la Junta de Temporalidades, innumerables haciendas con valor a más de un
millón de pesos, él realizó la transacción registrada más grande de la colonia,
y a su muerte en 1781, él tenía un adeudo con la Junta de Temporalidades de más
de medio millón de pesos, cosa que María Micaela no tardo en hipotecar las
haciendas propias y la de sus hermanas y pedir préstamos para respetar el honor
y buen nombre de su padre, cosa que distancio la relación entre sus hermanas,
finalmente Micaela logra saldar la deuda de su padre.
María Micaela se auto pago por
ejercer su albaceazgo un beneficio de treinta mil pesos, cosa que el
representante de sus tres hermanas, propuso que renunciara a ellos, negándose
rotundamente alegando que había hecho cuantiosos gastos para proteger la
herencia de sus tres hermanas. Además Micaela tomo una cantidad extra de
seiscientos sesenta y ocho pesos para rembolsar los gastos que había hecho en
la testamentaría, y utilizó el poder que le daba su cargo para negociar ante la
Corona que se adjudicara a ella y no a su hermano José María, el mayorazgo de
San Francisco, el más valioso después del de Regla valuado en más de
seiscientos mil pesos, ubicado en rica zona agrícola del Bajío. Su solicitud
fue aceptada y la Carta de Sucesión correspondiente le fue expedida por el Rey,
en 1787.
María Micaela mostro una gran capacidad para proteger sus derechos y
privilegios, tal como lo había hecho su padre y su abuela Doña María Magdalena
Dávalos y Orozco Condesa de Miravalle la de Tuxpan, ejercer una severa
vigilancia sobre sus haciendas, le acarreó muchos problemas con los pueblos
vecinos de sus propiedades; por ejemplo, el pleito que sostuvo con los
campesinos en las proximidades de su hacienda de Tiripetío en Michoacán,
quienes alegando antiguos derechos de posesión sobre tierras, construyeron un
presa dentro de sus propiedades para abastecerse de agua, ella mandó destruir
la construcción, los campesinos demandaron a la Marquesa la cual recurrió a sus
relaciones en el Gobierno y a la opinión de su afamado y amigo el Licenciado
Fernando Fernández de San Salvador para que la representara y logra por medio
de él que le confirmarán sus títulos sobre la mayoría de tierras que estaban en
disputa desde en vida de su padre, pero a cambio, ella tuvo que restituir la
presa a sus demandantes.
Su carácter autoritario de
María Micaela provoco que años después, en 1792 don Antonio Larrondo, encargado
de la Justicia en el Partido de Acámbaro en la Jurisdicción de Celaya,
presentara un escrito al Virrey Don juan Vicente de Güemez Padilla y
Horcasitas, Conde de Revillagigedo y en la Real Sala del Crimen de la Audiencia
de México, acusándola de mandar arrestar y encarcelar, por medio de su
administrador y sus trabajadores a siete hombres que vivían en un pueblo
cercano a su hacienda de San Cristóbal, cabecera del Mayorazgo de San
Francisco, por no pagarle dinero que le debían, se le acusaba además que sus
capataces habían atropellado en su derecho a los Ministros de Vara de justicia
mandados por el Encargado de Justicia de Acámbaro, y que habían apaleado sin
motivo a un pobre arriero, y que castigaban con cepo, grillo y azotes a los
operarios de la hacienda y por último que la Marquesa de San Francisco María
Micaela, mandó acuñar su propia moneda y que tenía ilegalmente una cárcel
dentro de la hacienda. El Virrey ordeno al Corregidor Intendente de la
Provincia de Guanajuato que averiguase el caso y tomara medidas. María Micaela
recurrió nuevamente a su amigo el Licenciado Fernando Fernández de San
Salvador, quien la defendió de todos los cargos en su contra por medio de un
escrito presentado en la intendencia de Guanajuato. En el extenso documento su
defensor alegaba que el hecho de tener cárcel en la hacienda y acuñar su propia
moneda eran prerrogativas de los antiguos dueños de las haciendas y en cuanto a
practicar la esclavitud económica, era una buena medida que había hecho la
Marquesa para evitar futuros robos mayores entre sus vecinos y trabajadores,
poder ejercer buen control sobre ellos.
El Virrey ordenó a la Marquesa de San Francisco suprimiera la cárcel y
pagara una multa, al no estar de acuerdo el abogado Fernández de San Salvador
apeló contra la resolución de la suprema autoridad, e hizo imprimir la defensa
de María Micaela haciéndola circular de manera pública en la ciudad de México,
para poner a salvo su reputación.
Otra anécdota ocurrida a la
hija mayor del Conde de Regla, fue a finales del siglo XVIII, en el tiempo en
que María Micaela residió en su amplia casona del barrio de San Cosme en la
Ciudad de México, la demanda que sostuvo en contra de los vecinos por el
establecimiento de una pulquería en un predio cercano a su propiedad.
María Micaela siempre vivió
sola alejada de todos sus hermanos, cambiaba por temporadas su residencia
habitual en la ciudad de México, a alguna de sus haciendas de Michoacán o en la
hacienda de San Cristóbal en Guanajuato, nunca se casó y a semejanza de su
padre, contribuyo con grandes cantidades de dinero a obras en beneficio de la
iglesia, como la permanente donación al Colegio de Propaganda Fide en Pachuca
que estaba bajo su custodia, convirtiéndolo en uno de los más grandes de la
Nueva España. Para darle mayor importancia a este colegio donó a los frailes el
cuerpo completo momificado de Santa Colomba, reliquia en cuya compra invirtió
una gran cantidad de dinero.
El cuerpo de la Santa, traído desde Roma estaba
ricamente ataviado y cubierto de cera para su preservación, María Micaela hizo
difundir ampliamente en la Ciudad de Pachuca la vida de la mártir y era tan
afecta su devoción que dejó establecido que a su muerte fuese en donde fuese,
su cuerpo fuera trasladado a la capilla donde era venerada la Santa, y así
sucedió, murió en San Antonio de las Huertas en las afueras de la ciudad de
México, dos días después su cadáver fue entregado a los Padres Recoletos de San
Cosme para que estos la trasladarán a Pachuca, Su cuerpo fue colocado junto al
altar de Santa Colomba en el Crucero de la Iglesia, en el Monasterio de San
Francisco.
María Micaela murió en el 20 de agosto de1817, a la
edad de 60 años, soltera y según las disposiciones del testamento de su padre,
dejó sus bienes, Título y Mayorazgo de San Francisco a su hermana María Dolores
la única de sus hermanas que permanecía viva, que se había casado y tenía
descendencia.
La más destacada de las hijas de Don Pedro Romero de Terreros, mujer dominante
que heredó el carácter impasible de su padre, ejemplo de una mujer aristócrata,
soltera en épocas de la colonia, demostró inteligencia, astucia para el manejo
de los negocios y preservación de sus privilegios aunque tuviera que pasar por
los derechos de otros como lo había hecho su abuela y su padre.
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